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Prueba

Cooper D Clubman: un Mini sin renunciar a nada

  • Su portón trasero de doble hoja es una de su señas de identidad
  • En marcha el Clubman es igual de divertido, pero algo más estable
  • El motor 1.6 diesel de 109 CV sólo consume 4,1 litros a los cien

En Mini no dan una puntada sin hilo. Desde su resurgimiento como marca y casi como símbolo al abrigo de BMW, la planificación del lanzamiento de cada uno de sus modelos ha seguido un guión muy claro. Lo primero era relanzar el emblema con un coche que recogiera toda la tradición del pasado sin caer en un simple ‘remake’ sin alma. Esto implicaba afilar muy bien el lápiz a la hora de darle forma, pero también rodearse de ingenieros que supieran cómo trasladar esa forma de entender el automóvil de Mini, un concepto que va mucho más allá de un simple metro.

Ese respeto tan minucioso al pasado y a la tradición ha sido una máxima inquebrantable en Mini y tuvo su segundo capítulo en el lanzamiento que es protagonista en MotorEnLinea.es. El Clubman es la respuesta a los que buscan un coche con el carácter de un Mini, con el diseño de un Mini y capaz de aportar las sensaciones de un Mini, pero driblando una de sus grandes carencias: el espacio. Pero la segunda carrocería de la marca es también una demostración más de cómo el pasado puede ser una maravillosa fuente de inspiración.

Los orígenes

El nombre Clubman no es nuevo. Para encontrar sus orígenes hay que bucear hasta los locos años sesenta y, casi, hasta mediados de los ochenta. El Austin Mini Countryman, el Mini Clubman Estate o el Morris Mini Traveller pusieron la primera piedra de este mismo concepto que, de nuevo, se moldeó con genialidad para ampliar la paleta de carrocerías de la nueva generación Mini. Este paso de puntillas por la historia del nombre Clubman nos sirve para empezar a detallar su diseño, empezando por la zaga, cuyo portón trasero de doble hoja es herencia directa de sus antecesores. Lo han denominado Splitdoor y además de aportar una cierta ventaja a la hora de cargar el maletero (260 litros ampliables hasta los 930 reclinando los respaldos de los asientos traseros), le proporciona un corte único e irrepetible, uno de los valores intrínsecos de cualquier Mini.

Lejos de tratar de maquillar esa espalda tan singular, todo lo que la rodea quiere realzarla. Por eso los montantes C están terminados en un color que contrasta con los paneles del portón, la misma tonalidad que reviste el paragolpes, creando a su alrededor un marco para subrayar esas dos puertas. Y aunque se rinde pleitesía al pasado, no se incurre en sus errores, por ello las visagras dejan de ser exteriores.

Si el portón de doble hoja es una de las señas de identidad del Clubman, la segunda es genuina de esta nueva generación y se llama Clubdoor. Es una pequeña puerta suplementaria que linda con la que da acceso al copiloto y que permite acceder con mayor comodidad a los viajeros que se sentarán en las plazas traseras. Esta entrada se abre en sentido contrario del habitual y para poder accionarla, primero tiene que haberse abierto la puerta principal, ya que no dispone de un tirador propio.

Más espacio

Este esfuerzo por dotar a los viajeros de una mayor funcionalidad no serviría de nada si tras facilitarles el acceso al interior, los hacinamos como sardinas en lata. Pero la versión Clubman es, ya lo hemos dicho, la evolución 2.0 para aquellos que quieren conducir un Mini pero sin tener que renunciar a aspectos tan irrenunciables como el espacio y, por qué no, la compañía. Para ello, la carrocería de esta variante es 24 centímetros más larga, ocho de los cuales se destinan íntegramente a la batalla. Se puede decir que el Mini ha madurado y no sólo busca el placer de quien tiene el volante, también de sus ‘invitados’.

El tercer rasgo estilítico es mucho más sutil, pero también trata de adaptar ese mayor acomodo al diseño Mini. El Clubman es dos centímetros más alto, algo que se aprecia de una forma clarísima en el interior. Para recomponer las proporciones, el techo dibuja una pequeña curva que han denominado Dune Line. Al fin y al cabo, con esa mayor longitud y altura, el Clubman corría el riesgo de romper el equilibrio estético que todas esas modificaciones logran reestablecer.

Recapitulando: un corte propio a través de su zaga y su doble puerta lateral derecha y una mayor funcionalidad que va siempre de la mano del diseño. ¿Su comportamiento dinámico? Evidentemente, todo lo dicho hasta ahora serían palabras vacías si, al final, el Clubman fuera un coche insulso, lleno de filtros, inestable o, sencillamente, poco Mini. Se puede pasar lista a todas y cada una de sus señas de identidad a la hora de leer e interpretar el asfalto y no nos faltará ninguna.

ADN dinámico

Empezando por su amortiguación, que se salta a la torera ese mayor confort para los ocupantes y vuelve a sus trece, es decir, un tarado duro y enérgico sin llegar a ser rudo. El mensaje es bien claro: más amplio sí, pero un Mini al fin y al cabo. En efecto, el Clubman es, como buen Mini, estable a más no poder en curva, pero su mayor distancia entre ejes le proporciona un plus de aplomo en virajes rápidos, sobre todo con apoyos muy fuertes. Una ventaja comparativa que redunda en ese carácter propio tanto en imagen como al volante, pero siempre respetando esa esencia Mini, un secreto que ha ido pasando de generación en generación y que estamos ansiosos de saber si el Countryman, será capaz de honrar.

El tacto de la dirección, la forma de pisar la carretera y, en definitiva, esa sensación de estar sobre un kart de lujo se repite al conducir el Mini Countryman. Nosotros nos hemos subido a la versión Cooper D Countryman, es decir la variante con la motorización diesel 1.6 de 109 CV. Una mecánica ‘common rail’ con turbocompresor de geometría variable con el que el Countryman consume una media de 4,1 litros a los 100 y, muy importante, emite sólo 109 gramos de CO2 por kilómetro, una cifra que exime del pago del impuesto de matriculación. Este logro se debe a la eficiencia de esta mecánica, pero también al soporte del sistema Auto Start-Stop o al regenerador de energía de frenado.

Recomendable

No es el propulsor diesel más refinado, pero sí uno de los que mejor saca provecho a su potencia. 109 CV para un ‘mil seiscientos’ no son muchos ante la escalada de caballos que se está produciendo en estos últimos años. Pero los aprovecha muy bien, y lo hace tanto a bajas como a medias revoluciones, un punto en el que ofrece su mejor cara. Las características del bastidor, unido a ese buen rendimiento a medio régimen, permiten disfrutar muchísimo en carreteras con curvas enlazadas, sobre todo llaneando. Su excelente par motor (240 Nm entre las 1.700 y las 2.000 rm) resulta muy útil a la hora de acompañar al coche a la salida de los virajes y proporciona un valor en sí mismo frente a las opciones de gasolina.

Si se le exige, el consumo medio del ordenador de a bordo se dispara, pero es un homenaje que conviene darse cuando se deja atrás el tráfico de la ciudad. Eso sí, en autovía y siguiendo la recomendación del indicador de cambio de marcha, el Mini Cooper D Clubman es un verdadero mechero, un detalle que reincide en esa mayor sensatez y funcionalidad de esta versión que, para nosotros, es altamente recomendable.

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