Hay una sola forma de medir el éxito de un modelo sin embargo existen muchos más caminos para alcanzarlo. El Peugeot 3008 no ha tenido que recorrer una larga travesía en ese proceso ya que es un vehículo que gusta al primer golpe de vista. Si a eso añadimos la calidad y la atención por los detalles, la generosidad de su espacio y la singular interpretación con la que se resuelven las funciones de información y control estamos ante un cóctel irresistible.
El 3008 posee ese tipo de gen vitalista que todo cliente que se decanta por esta categoría reclama, empezando por su diseño. Este ofrece una potente expresión en todo su conjunto a través de una certera adaptación de los códigos tradicionales, es decir, altura elevada, un frontal contundente, unos abultados pasos de rueda y una carrocería completamente protegida en los bajos.
Sin embargo, los detalles y las formas cobran una especial relevancia a la hora de dulcificar su imagen. En este sentido, elementos como la elaborada parrilla, los cromados, la felina silueta de los grupos ópticos delanteros y traseros unidos a la trascendencia de la sección lateral acristalada que otorga al techo un efecto flotante adquieren un papel fundamental a la hora de enfatizar su figura. Esa mezcla de carácter y sofisticación consigue dar una rápida respuesta al reto de crear un primer vínculo con el espectador.
Casi instintivamente, nos vemos empujados a descubrir que nos reserva el interior. Buena parte de su éxito en tan corto espacio de tiempo se debe a que apenas existen fisuras entre su imagen exterior y la originalidad de su habitáculo en el que no falta un buen maletero.
En un primer instante, aquellas personas poco familiarizadas con los últimos avances asociados al automóvil pueden verse desbordadas. No se alarmen, una vez acomodados y tras una breve toma de contacto, todo empieza a cobrar sentido, incluido el pequeño volante multifunción achatado por ambos extremos. Las razones de su particular arquitectura son bien sencillas y es muy fácil adaptarse a su manejo. Por una lado acerca más nuestra posición a la parte delantera liberando espacio en las plazas posteriores y por otro nos permite ver el cuadro de instrumentos sin apenas apartar la vista de la carretera.
Estamos ante la segunda generación de lo que Peugeot denomina i-Cockpit, un cubículo reservado al conductor y compuesto por el mencionado volante compacto, una consola de instrumentos digital y una pantalla central en la que se integran el grueso de las funciones.
La contribución del display digital situado en el campo visual del conductor nos facilita las transiciones entre diferentes pantallas en la que podemos observar tanto la información convencional, es decir, velocímetro y cuentarrevoluciones, como otro tipo de datos en los que se refleja, por ejemplo, una sección aumentada del mapa de navegación e incluso la posibilidad de personalizar a nuestro criterio su configuración.
Ésta complementa a la pantalla táctil principal con un menú más amplio al que se puede acceder de forma intuitiva a través de los botones situados debajo de las tomas de aire de la columna central. La radio, la temperatura, el navegador, el teléfono y el operativo de activación y desactivación de los distintos sistemas de ayuda a la conducción se sitúan a distancia de un solo clic.
Más abajo, sobre el túnel central, nuestra unidad de pruebas correspondiente a la variante Allure con motor diésel 1.6 BlueHDI de 120 caballos y cambio manual de seis velocidades, nos brinda soluciones adicionales como el freno de estacionamiento hidráulico, el botón de arranque y parada y de activación del control de descenso, y el selector Grip Control. Esta rueda giratoria optimiza la distribución de fuerzas en el eje delantero para distintas situaciones como la conducción sobre barro, nieve e incluso arena aumentando la sensación de aplomo.
Este recurso nos lleva directamente a abordar el tema sobre su comportamiento. Está claro que el confort, sea cual sea la superficie por la que se transita, ocupa un lugar preferente entre sus aptitudes. Nuestra experiencia, además, lo sitúa como uno de los vehículos más ágiles entre su especie. Su equilibrio general dista de algunos comportamientos en el que se sufre de excesivo balanceo o incluso de una tendencia, eso sí, cada vez menos frecuente, a morrear debido al efecto del peso. La sensación invita a un manejo normal, en el que la dirección y las reacciones no resultan extrañas pero siempre desde esa posición de privilegio y control que aporta su altura sobre el resto del tráfico.