Ha sido el Mundial más apasionante de la última década, el que mayores emociones ha suscitado desde 2003, en el que más ostigado se ha visto el gran campeón del plantel actual, Sébastien Ogier, quien, a pesar de no haber sido el más rápido ni haber dispuesto tampoco del mejor coche, al igual que el pasado año, ha vuelto a triunfar en un certamen donde se ha granjeado, por méritos propios, la fama de ser el mejor estratega de todos los tiempos; posiblemente, el rival más correoso para cualquier rival que se plantee derrocarlo.
Esta temporada, Thierry Neuville y Ott Tänak, los máximos exponentes de esa nueva generación que lleva ya un tiempo tratando en balde de eclipsar al galo, lo han vuelto a intentar con unos argumentos más sólidos que nunca: el belga acreditando durante buena parte del año la solidez de la que careció en 2017, y el estonio acoplado a un Toyota Yaris WRC con el que compuso un binomio casi invencible a partir del verano. Precisamente, cuando más dudas volvió a suscitar Ogier.
Después de un arranque espléndido, una vez cogido ya el Ford por la mano, encadenando tres victorias casi consecutivas en terrenos tan dispares como Montecarlo, México y Córcega, el dominio de Seb comenzó a marchitarse desde su accidente en Portugal. A partir de ahí, cayó derrotado in extremis por Neuville en la Power Stage de Cerdeña, y a la vuelta de las vacaciones se vio incapacitado para frenar la cabalgada de Tänak.
Ogier entró así en una espiral negativa que se agravó todavía más cuando volvió a chocar en Turquía. Por momentos, perdió definitivamente el tren del campeonato. O eso parecía, dada la desventaja de 23 puntos que llegó a acusar... Pero su fortaleza mental, su talante y su garra de auténtico campeón, le permitieron voltear la situación en un pispás, y alzar el vuelo de nuevo hacia su sexto Mundial.
Todo cambió durante las dos últimas etapas del Rallye de Gales, donde Neuville, psicológicamente, comenzó a flaquear, y Tänak pecó de fogoso cuando lideraba a placer, dejando el camino expedito a Seb para erigirse como el piloto más laureado del RAC británico, y limar puntos en la clasificación de un certamen que se comprimió todavía más después del regreso estelar que protagonizó Loeb en el Cataluña, donde fue secundado por su homónimo Ogier.
Llegados a ese punto, el piloto de Gap, el más ducho en ese tipo de situaciones de la terna que acabó jugándose el Mundial, no dejó escapar la oportunidad de sentenciar su segundo título con M-Sport; una vez más, a base de cálculo mental, sobre los tramos de un Rallye de Australia que acabó semblando la temporada en su conjunto, con Neuville y Tänak apeados del camino el último día por sendos errores de conducción, mientras Ogier se despedía a lo grande del que ha sido su equipo estos dos años, entonando por sexta vez el alirón ante los ojos llorosos de Malcolm Wilson. El desenlace perfecto a un nuevo ciclo triunfal en el flamante historial del francés como uno de los más grandes de la historia de los rallyes.
Una de las marcas con más tradición dentro de esta especialidad, Toyota, ha podido reverdecer laureles esta temporada, logrando el título de marcas dos décadas después, gracias al espléndido rendimiento que ha lucido durante toda la temporada el Yaris WRC; posiblemente, el vehículo más competitivo, a día de hoy, del plantel actual.
La incorporación de Tänak ha resultado muy provechosa para la escuadra de Tommi Mäkinen, aunque, por otro lado, ha desestabilizado a Jari-Matti Latvala, quien después de haber redondeado una de sus mejores campañas en 2017, ha tenido un año para olvidar, que no ha logrado encauzar hasta final de temporada, ganando de hecho el Rallye de Australia.
Esapekka Lappi tampoco se ha mostrado especialmente consistente durante sus últimas actuaciones con el Yaris, aunque, desde luego, el piloto que más caché ha perdido en 2018 ha sido, sin duda, Andreas Mikkelsen. Su rendimiento se ha desfondado como la gaseosa, de ningún modo ha sido la alternativa a Neuville que proyectaron en él los jefes de Hyundai cuando lo incorporaron al equipo para septiembre del año pasado.
Quien sí ha cumplido el papel que le correspondía ha sido Dani Sordo. El cambio de copiloto, y el programa a medida que ha efectuado esta temporada, le han venido de perlas al español, realmente combativo en todos los rallyes que ha disputado, donde ha rendido, por lo general, a un gran nivel, firmando su mejor global con el equipo Hyundai, aunque le ha vuelto a faltar esa victoria que lleva persiguiendo desde 2013.
Hayden Paddon, con el que se ha ido alternando Sordo durante el año, no ha demostrado la solidez necesaria para mantener su asiento, lo mismo que Mads Ostberg y Craig Breen, encargados de defender en solitario el fuerte de Citroën desde que Kris Meeke fue despedido a principios de verano.
Uno de los rivales con los que se enfrentó el británico durante su andadura en el IRC, Jan Kopecky, ha logrado sorprendentemente el título de WRC2. Una categoría enfocada, a priori, hacia jóvenes promesas, en la que Nil Solans ha efectuado su primera campaña completa junto a M-Sport, como premio por haber ganado el Mundial Júnior, en unas circunstancias no demasiado favorables.
Al principio, las averías que experimentó su Fiesta R5 fueron constantes. A partir de verano, cuando Pirelli se alió con el equipo británico, resolviendo así el litigio que mantenía con DMACK, la suerte cambió para el catalán, que pudo demostrar, tanto en Alemania como en Cataluña (donde llegó a disputarse el triunfo con la nueva joya del campeonato, Kalle Rovanperä), el potencial que atesora especialmente sobre asfalto.
El sucesor de Solans en el trono del Júnior WRC ha sido Emil Bergkvist, que después de haber ganado hace dos años ese mismo título en el Europeo, ha vuelto a engrosar su palmarés esta temporada logrando su primer galardón mundialista frente a su compatriota Dennis Radström.