La cuestión ¿Es más sencillo el mantenimiento de un vehículo eléctrico que el de un coche con motor de combustión convencional? Todo apunta a que sí. Además de una mayor eficiencia energética, los sistemas de propulsión eléctrico cuentan, en general, con muchos menos componentes susceptibles de desgaste -caja de cambios, embrague, aceite, correa de distribución, filtro de partículas, catalizador- lo que reporta importantes ventajas económicas a la hora de visitar el taller.
Otro elemento clave de un vehículo eléctrico son las baterías. A estas se asocian otros como el conector de carga o los cables y sus propios conectores. Mantener estos dispositivos en perfecto estado de revista es fundamental para realizar las recargas con total garantía.
Las actuales baterías, como ocurre en el caso de los móviles, tienen una vida útil muy larga, pero con el tiempo disminuye su capacidad dado que son sometidas a continuos ciclos de carga y descarga. Por regla general, los fabricantes garantizan hasta un 80% de su capacidad durante ocho años -equivalente a unos 160.000 kilómetros-. No abusar de las cargas rápidas, y mantener el estado de la carga por encima del 20% o no superar el 80% hará que duración y capacidad se alargue en el tiempo.
Salvo algunas excepciones, el resto de elementos pertenece al grupo de componentes comunes y por tanto su mantenimiento es similar. Nos referimos, entre otros, a la batería de 12 voltios, los neumáticos, suspensiones o los frenos. Incluso en este último caso, si bien por su importancia deben estar sometidos a revisiones periódicas, las características de los sistemas de frenada regenerativa de los vehículos eléctricos repercuten positivamente en un menor desgaste de sus componentes (discos y pastillas).
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